Parece que hay un incendio

           
                  Ya llega. Puedo oír la madera crujir bajo sus botas. Ya está aquí. El camino es angosto pero recto, no le habrá llevado más que unos minutos encontrarme. Alrededor de la casa, el olor a tierra húmeda es muy fuerte. No se recordaba en la zona una temporada de lluvias tan intensas. Bajar del caballo y hundir los talones en el barro, marcar el paso -esta vez no habrá perro guardián para morderle los tobillos- entrar en el porche, pisar fuerte la madera desgastada.

            No he oído el chasquido de la báscula, aún no sabe donde estoy. Comprueba las ventanas del piso principal, no se le ocurre que la puerta pueda estar abierta. Si tuviera algún vecino, encontrarían mi cuerpo mucho antes.Parece que ahora sí, la puerta se ha abierto sin dificultad. Desde aquí abajo no alcanzo a calibrar la incredulidad de sus cejas, pero puedo pintarlas sin problema en mi cabeza.

           Poco a poco lo entenderá. Sus pasos se ahogarán en la paja y prenderá una luz para descubrir el suelo dorado. Cerca de la chimenea brillarán las cabezas de las cerillas, pero sólo al acercarse a la pared de piedra rojiza distinguirá la cajita amarilla. Dentro, un anillo. Oro blanco, con una perla engarzada. De un mal gusto espantoso. Pero hace demasiado que no se oye nada. No estará dispuesto a irse hasta que acabe conmigo, por eso le espero aquí, fumando uno de sus puros, consciente de que quiere matarme. A menudo se subestima la valentía de los que morimos voluntariamente. Él viene a matarme, yo quiero morir.

       Ya ha encontrado la caja de cerillas, quizá es tan rastrero como para guardarse la sortija, como trofeo. Puede que hasta me dedique un par de segundos de silencio, frente a la chimenea, de pie y con el brazo en lo alto del estante, la mirada en las chispas. Podrá ir encendiendo cada una de las cerillas y darle muerte a los objetos que le recuerden a mí. Las fotos sobre todo, y la ropa. Todo aquello que huela a quién soy. Le oigo reventar cristales, destrozar muebles, desmenuzar libros. Los golpes que hacen temblar el techo vienen de la cocina. Ahora entra en todas las habitaciones, mira en armarios y cajones, como si yo pudiera meterme ahí dentro. Empieza a hacer calor, ya sólo le queda mirar aquí.


             -Hola hijo de puta, te estaba esperando. Sabía que vendrías a prenderle fuego a mi casa, a nuestros recuerdos. Una Remington hará tu trabajo, como de costumbre.

      Siento el acero en la sien y la ira en la punta de los dedos. Adiós hijo de puta.